A orillas de las aguas recogidas
domingo, 28 de marzo de 2010
"LAS HUELLAS", Silvina Ocampo
A orillas de las aguas recogidas
viernes, 26 de marzo de 2010
FORNELAS
Este verano hará diez años que no voy a Fornelas. Me parece mentira que haya pasado tanto tiempo. Siempre me encantaron mis vacaciones allí, en la pequeña aldea en la que nació mi madre.Me parece mentira, sí, porque los recuerdos están tan nítidos en mi memoria que se me antoja que el tiempo no pasa por ese espacio.
Me siento inmensamente privilegiada por haber tenido la oportunidad de disfrutar de esos veranos aldeanos. La pequeña casa con la terraza rodeada por la higuera, testigo de tantas lecturas, es uno de los escenarios más queridos de mi vida. Los desayunos en las frescas mañanas estivales con el rumor de los árboles, el silencio sólo profanado por el canto de los pájaros, o el ladrido de algún perro vecino. Siempre ha sido la mañana mi momento preferido del dia y esas horas tempranas en Fornelas, cuando era la primera en despertarme y en desayunar, cuando me apropiaba de las primeras luces del día envuelta en una manta y con mi café humeante en las manos, eran horas magicas, de sosiego, de reflexión, de comunión con la naturaleza que me rodeaba.
Ni siquiera tenía la necesidad de acompañarme de mis amados libros. Me quedaba ensimismada enn la contemplación del cielo, de la vegetación, de las huertas de los vecinos, del río cercano. Cuando las ramas de la higuera que la abrazaba crecieron lo suficiente, la terraza se convirtió en una atalaya privilegiada, favoreciendo la contemplación del paisaje y sin embargo dificultando la visión de la misma desde el exterior. La vieja higuera plantada por mi bisabuelo, cuyo tronco me gustaba abrazar, sentir, rugoso y áspero contra mis manos y mis mejillas.
Aunque no en aquellas horas matutinas, los libros me acompañaban también en aquellos veranos, como siempre en mi vida. Esa costumbre mía de leer a todas horas sorprendía mucho a las vecinas. Llegaban para charlar con mi madre y me veian leyendo sentada en los escalones de la entrada, o en un banco del patio, la terraza o el interior de la casa cuando el tiempo no acompañaba. "Siempre estudiando", me decían. "Esto no es estudiar, sino leer", matizaba yo . "Bueno, pues siempre leyendo, es lo mismo". "No, no lo es", replicaba yo sorprendida de que no supieran apreciar la diferencia. Aquellas personas sencillas que jamás habían leído un libro no concebian la idea de entregarse a la lectura por placer.
Tuve en Fornelas experiencias que no he vuelto a vivir en otro lugar. Vivencias íntimamente relaccionadas con la vida rural, con el estilo de vida de la gente que vive del campo. Recuerdo salidas tempranas con A. para llevar a las vacas a pastar al prado. El corral de P. y A., nuestros vecinos más cercanos, con sus gallinas y pollitos, y su pavo real. Tambien la porqueriza donde los temibles cerdos habitaban a oscuras, pobres bestias que tan sólo veían la luz del sol cuando P. habría la puerta para darles de comer. "Cuidado que son peligrosos", me decía si yo me asomaba demasiado, aterrada por las leyendas que aseguraban que eran tan feroces que en ocasiones habían deborado niños pequeños. Hubo tambien visitas a las cuadras donde nacían terneros y potrillos, y tardes en eras ajenas que recibían la visita de imponentes maquinas de segar, o de trillar, y que congregaban a todos los vecinos para echar una mano en lo que fuera. Las visitas dominicales a la Iglesia, cita social inexcusable en aquellos veranos, aunque el resto del año en nuestro hábitat habitual no pisáramos jamás un tempo.
A veces me entrego al ensueño de que reparo la casa, la equipo con las comodidades esenciales que le faltan y me quedo allí a vivir, yo sola. Tengo incluso pensado el lugar donde instalaría mi biblioteca, en el pequeño edificio anexo pero independiente de la casa que cierra el patio en el extremo opuesto. Es una construcción sólida de piedra y tejado de pizarra, con un balcón en el primer piso, donde creo que los libros se sentirían felices. Me imagino allí en invierno, rodeada de nieve, y paseando a la orilla del rio rumoroso en verano, bajo la bóveda natural que forman los árboles, o atravesando los campos de maíz. Es una vida de retiro y lectuas, quizá demasiado solitaria para soportarla, pero agradable de imaginar.
Pero supongo que esa casa y ese pueblo, aunque tan reales, acabarán por habitar tan sólo el lugar de los recuerdos, el territorio de la infancia y la primera juventud. No sé cuales serían mis sensaciones si volviera ahora. En esta madurez que ya tengo, mi papel variaría, de la alegre despreocupación de la hija de la dueña a las responsabilidades de anfitriona, y sé que mis vivencias allí no serian iguales. A los lugares donde fuimos felices tal vez no deberíamos querer volver.
jueves, 25 de marzo de 2010
HUELLAS EN LA NIEVE
"EL NECIO", Silvio Rodriguez
Para no hacer de mi ícono pedazos,
para salvarme entre únicos e impares,
para cederme un lugar en su Parnaso,
para darme un rinconcito en sus altares.
me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
mi vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda.
Yo no se lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).
Yo no se lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
Dicen que me arrastrarán por sobre rocas
cuando la Revolución se venga abajo,
que machacarán mis manos y mi boca,
que me arrancarán los ojos y el badajo.
Será que la necedad parió conmigo,
la necedad de lo que hoy resulta necio:
la necedad de asumir al enemigo,
la necedad de vivir sin tener precio.
Yo no se lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
miércoles, 24 de marzo de 2010
"DIARIO DE LECTURAS", Alberto Manguel
"Hoy empiezo a montar mi biblioteca.
Las estanterías están listas, enceradas y limpias."
"Estoy en mi biblioteca, rodeado de estanterías vacías y de torres de libros cada vez más altas. Se me ocurre que puedo rastrear todos mis recuerdos a través de estos volúmenes que se amontonan."
"Dormiré una noche en la biblioteca para apropiarme del espacio. C. dice que eso es equivalente al perro que mea en las esquinas"
"LIBRO DEL DESASOSIEGO (1)", Fernando Pessoa
BIENAVENTURADOS LOS LECTORES
SOLITO
Ayer, un libro me encontró.
Como casi todas las tardes, fuí al parque con mi hija. Cosa rara en mí, no llevaba lectura porque me castigaba un intenso dolor de cabeza, por este motivo no me apetecía tampoco mi café vespertino así que en vez de sentarme en una mesa de la terraza de la cafetería, fuí a hacerlo en un banco bajo los árboles, con una advertencia para la niña: "20 minutos y nos vamos a casa, que necesito una aspirina".
En el momento de sentarme no me percaté, pero al cabo de un rato de pasear la mirada alrededor, divisé en un banco no demasiado lejano un libro solitario. Distraídamente, cambié el banco en el que me encontraba por aquel ocupado por tan discreto objeto. Eché un vistazo a mi compañero de asiento, y cual fue mi sorpresa al ver un título que me era conocido, un amigo al que adoro había hablado en una ocasión de él. "La escuela de los sofistas", de Ricardo León. El ejemplar estaba muy deteriorado, la brisa agitaba sus ojas y me parecía que me tendía los brazos. Empezaba a nacer en mí la fuerte tentación de apropiármelo.
De momento, y todavía sin la seguridad de que fuese tal como parecía, un libro abandonado, me limité a cogerlo con cuidado para examinarlo.
Era una edición de 1918, y en su interior ví la firma de un propietario anterior, estampada con letra elegante, un nombre muy aristocrático, lleno de preposiociones, y un ex-libris.
Aún me demoré un momento, con el libro en las manos, para darle al posible propietario la oportunidad de volver a recuperarlo, pero ya el corazón se me aceleraba, y mi nariz acusaba el cosquilleo que precede al inevitable olisqueo de las páginas antiguas.
Pero para qué voy a mentir, todo esto fué muy rápido, y no sé si en realidad después alguien acudió en busca del libro perdido. Porque fue un amor a primera vista, y cuando estuve segura de que en realidad me esperaba a mí, me libré de todo prejuicio y abriéndole los brazos le dije: "Ven con mamá"