martes, 6 de julio de 2010

CONTAGIO

Leo desde siempre, no puedo señalar un acontecimiento, una circunstancia, un motivo que en un momento concreto de mi vida me llevara a los libros, sino el acto mismo de leer, el aprender a descifrar palabras, y la disponibilidad de libros en el hogar, los de la biblioteca paterna. Así, leer es para mí tan natural como respirar. Y tan imprescindible.

He procurado favorecer las condiciones para que mis hijos sean lectores. Cuando uno tiene tanta suerte en la vida, cuando disfuta de una actividad tan placentera y enriquecedora, siente la necesidad de contagiar a los que le rodean (sin imponerse), hacerles ese regalo. Los libros me han dado casi de todo en la vida. Consuelo, compañía, me han llevado a viajar en el tiempo y en el espacio, me han aportado conocimiento, entretenimiento, me han hecho llorar y reir, enamorarme, pensar, descubrir. Soy lo que leo, y lo que he leído.

Hoy en día resulta bastante más difícil conseguir que los niños se aficionen a la lectura, tienen una competencia feroz en los medios virtuales, ordenadores, todo tipo de videoconsolas y demás. Yo intento no obstante contagiarles, y poco a poco lo voy consiguiendo. Mi hijo mayor es ya un adulto y debo decir que aunque no lee tanto como yo a su edad y se dedica bastante al ordenador, es un lector apreciable. La niña está aún en edad influenciable, aunque su carácter más nervioso le hace aburrirse con determinadas lecturas, y hay que elegir cuidadosamente qué historia darle a leer, para que mantenga el interés. Así, voy haciéndole sugerencias y procuro estar al tanto de lo que se publica en materia de literatura juvenil. En los diversos intentos por engancharles definitivamente a esto de los libros, en el caso de mi hijo fueron lecturas importantes los libros de Elvira Lindo y su inefable Manolito Gafotas, y la serie de Harry Potter. A la niña le han divertido las aventuras interactivas de Gerónimo Stillton y se ha sentido definitivamente fascinada por mi colección de cómics de Esther y su mundo.

Pero es importante el punto de inflexión que les lleve a la lectura adulta, que no siempre es exitoso. Creo que hay una edad para la lectura como para todo, en que se presenta un momento que te hará entregarte apasionadamente a una actividad o alejarte definitivamente de ella. En mi caso, no recuerdo exactamente cual fue mi primer libro adulto, dudo entre las novelas de Agatha Christie o La dama de las camelias de Alejandro Dumas, hijo. Sí recuerdo el título de la primera obra de la autora britanica que leí: Miss Marple y 13 problemas. Tengo en mente estos dos libros como el salto a la mayoría de edad lectora.

En el caso de mis hijos, me resulta curioso constatar las diferencias, y por qué caminos distintos desembocan en ese lugar común. En la niña se está dando este verano esa importante transición. Mis hijos son completamente diferentes en cuanto a carácter y personalidad. Yo creo haberlos educado igual, salvo en los aspectos que sus características personales van demandando. Él, serio, reflexivo, realista, sucumbió totalmente a la épica fantástica de El señor de los anillos de Tolkien, interesandosese por la obra y vida del escritor y llegando a coleccionar varias versiones y ediciones de la trilogía y otros títulos suyos. Esto fue algo anterior al estreno de la adaptación cinematográfica, y a él le daba rabia que se pensara que su afición venía por la moda impuesta por las películas.

En cambio mi hija, soñadora, romántica, con muchos pajaritos aún en la cabeza propios de sus 11 años, ha sucumbido al realismo más crudo y cruel con la lectura de El diario de Ana Frank. Su profesor habló del libro en clase poco antes de acabar el curso, y llegó impresionada a casa a contarme una historia que por supuesto yo ya conocía y había leído. Ella no sabía que en nuestra biblioteca había un ejemplar, y el impacto de la historia le hizo querer conocer más a esa pobre niña y su experiencia. El horror del nazismo y la triste suerte de tantas personas han sido un impacto para ella. Y avanza, página a página, por un camino de experiencias afortunadamente difíciles de vivir por ella.

O sea que mis hijos se sintieron fascinados por historias que aparentemente no eran afines a su manera de ser.

Y siento que por fin ha tenido lugar el contagio, esa fiebre que no aturde, esa enfermedad que no duele, que en vez de matar multiplica la vida por el infinito. Y me digo que no puedo hacerles mayor regalo.


2 comentarios:

  1. Yo también soy todo lo que he leído...no recuerdo cual fué mi primer libro adulto quizás las novelas de Daphne du Maurier aconsejadas por mi madre a la que recuerdo siempre leyendo sobre todo en verano ...en casa de mis padres siempre hemos tenido una gran biblioteca y los libros siempre han sido para nosotros objetos cotidianos de uso diarío
    En mi casa también tengo libros en un número considerable, a mis hijos he intentado inculcarles el gusto por la lectura desde pequeños ofreciéndoles todas las posibilidades ...uno de ellos parecía que se interesaba por el tema...la saga de Harry Potter, Crónicas de Narnia, Éragon...pero de pronto todo acabó y otros intereses rondan ahora en su cabeza...a su hermano nunca le gustó leer
    Ahora mismo solo leen lo que les proponen en el colegio ¡algo es!...
    Solo espero que quizás algún día esa afición esté ahí latente y salga a relucir...quién sabe
    Sobre mis tazas casi todas ellas las tengo al uso diario,cambio de taza como de vestido, dependiendo de la estación del año o de mi estado de ánimo...llevo muchos años coleccionándolas poco a poco,algunas de ellas son regalos de los que me conocen bien y saben que con una taza aciertan seguro y estoy contigo,el té o el café en taza por favor
    Gracias por tus visitas,me encanta encontrarme contigo
    Un abrazo

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  2. Es un misterio por qué los hijos, criados de la misma manera en un ambiente idéntico y recibiendo las mismas influencias, no responden de igual manera. En mi caso, mi hermano apenas lee.

    Lo de usar las tazar a diario me parece estupendo, los objetos deben estar vivos, y procurar placer, así nos dan esas pequeñas alegrías cotidianas que satisfacen tanto.

    Un saludo.

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