miércoles, 29 de febrero de 2012

EL MÁS ANTIGUO

He dicho ya aquí en otras ocasiones que me gustan los libros antiguos. Tienen un valor adicional al de la obra en sí, porque los libros me encantan también como objetos.

En casa, el más viejo es un libro de oraciones de 1857 de herencia familiar. Fue un regalo hecho a mi abuelo materno por su hermana, madre superiora del Convento de las Clarisas de Monforte de Lemos (Lugo), que yo conservo.


 A pesar de las huellas propias de su edad, se conserva perfectamente, debido a la excelente calidad de la piel de la cubierta y del papel y la tinta, que no ha perdido prestancia ni nitidez.

Dentro del libro hay algunas estampas religiosas regaladas por mi tía-abuela y llenas de buenos deseos para su familia. Muchas ya no soy legibles,pero alguna aún aguanta bien y se pueden leer.



Espero que dure muchos años más.

viernes, 3 de febrero de 2012

EL HOMBRE SOLO



Estos días de gélido frío, al caer la noche, siempre pienso en las personas sin hogar, aquellos menos afortunados que no tienen un lugar en el que cobijarse de las temperaturas bajo cero, y tampoco de los otros fríos, de los que la vida nos da sobradas muestras y frente a los que a veces sólo nos sentimos a salvo en la intimidad y el calor del hogar.

Hace unos años, cuando mi niña era pequeña, solíamos frecuentar un parque de mi ciudad. Íbamos todas las tardes, ella a jugar con otros niños de su edad y yo a sentarme en una terraza con un café y un libro en un lugar en el que pudiera verla con sólo levantar los ojos de la lectura. Así pasaba unas tardes estupendas, dedicando mucho tiempo a leer, aunque siendo continuamente interrumpida por los amigos de mi hija,que se acercaban a preguntarme con sus vocecillas infantiles y jubilosas:"¿que lees? ¿por qué lees?"
Había en esa época un hombre indigente viviendo en el parque. Su hogar era un banco debajo de los soportales de un edificio, muy cerca de la cafetería en cuya terraza yo siempre me sentaba con mi café y mi libro. Había establecido allí su territorio, tan parecido a los de todas las personas sin hogar: Un par de mantas,cartones de varios tamaños, algunas bolsas con efectos personales... Se le podrían calcular 50 años, tenía una abundante cabellera gris y barba. Se notaba su esfuerzo por mantener cierto orden en su aspecto y su banco, lo que no debía ser fácil en esas circunstancias.

Ví a este hombre todos los días durante bastantes años, y jamás le vi hablar con nadie, establecer el menos contacto con otro ser humano. Eso me causaba una desazón tremenda, el aislamiento atroz en el que se le veia, como si fuera invisible, pese a estar en una zona muy concurrida, llena de vida, de niños, de juegos... Miraba la vida como un excluído, un desterrado.

No pude sustraerme a la angustia que me provocaba su situación, que me parecia durísima. Soy una persona solitaria, y disfruto de ciertas horas de aislamiento, incluso necesito algún grado de soledad en mi vida, pero la absoluta invisibilidad de ese hombre me desolaba. 

Al cabo de unos días de acudir periódicamente a mi cita vespertina, empecé a notar que me miraba. Se quedaba observándome mientras yo leía y cuando yo levantaba la vista apartaba la suya precipitadamente. 

Al principio, me sentía un poco desazonada. No sabía quien era, si era del pueblo o foráneo, nadie parecía conocerle de nada, pero se le veía tan pacífico y tranquilo que finalmente dejó de molestarme su interés. Establecimos una especie de juego, él me observaba a mí mientras leía o atendía a mi hija y cuando yo le miraba a el, disimulaba.

Le encontré algunas veces en otras partes de la ciudad, jamás acompañado de otra persona. Un par de veces rebuscando en la basura. Pero sólo cuando creía que no era observado.  En una ocasión, asistí a una escena tristísima. Le vi en la calle, hablando con alguien, aunque no podía ver a su interlocutor; yo iba andando, y cuando pude ver toda la escena, me percaté de que estaba sólo como siempre, hablando con nadie. Supongo que la soledad empezaba a ser insoportable, la necesidad de tener algún tipo de conversación, algún contacto, algún amigo. Sentí una gran compasión por él.

En fin.No fui yo quien se acercó a hablarle, quien le dejó un libro, quien le preguntó por su vida. Un día, de repente, desapareció. Había sido una presencia silenciosa en mi vida durante varios años, y luego simplemente, ya no estaba.  No sé qué fue de él, si decidió volar a otro lugar, si recuperó algo de lo que sin duda en algún momento perdió, o si simplemente murió. Su banco sigue en el mismo lugar,vacío y mudo, y yo en estos días en los que tan mal lo pasarán los que estén en su misma situación, me acuerdo de él y de su mirada triste, el único espectador de algunos momentos de mi vida que he sido consciente de haber tenido.