Tengo fiebre, algo inusual. Después de un fin de semana de sensaciones físicas extrañas, con menos energía de lo normal y dolores musculares generalizados, ayer se presentó de pronto, en forma de naúseas, dolor y calor en la cabeza, y una súbita pérdida de fuerza física, que no era cansancio,si no ausencia total de energía.
Me entregué a la inmobilidad, con esa libertad que da el no tener que hacer frente a responsabilidades laborales. Las domésticas quedaron postergadas, aunque había hecho planes para mi casa, como cada verano que descanso, planes de orden y limpieza. Quedó anulada la cita con la lámpara de cristal del salón, con las cortinas de toda la casa, con la vitrina de la cristalería. Me entregue a los cuidados de mi hija de trece años, contenta de ser responsable de mi bienestar por un día, de poder ejercer esa vocación de madre que tiene tan impresa en los genes y que no sabe disimular. Termómetro, paños fríos en la frente, vasos de agua, besos y mimos.
Empecé a pensar entonces en la enfermedad, en la dependencia, en la vejez. Tengo 46 años y me considero en el mejor momento de mi vida. Tengo aún mucha energía, capacidad de trabajo, pero tengo que reconocer que los años ya me están avisando de su paso. El aspecto fisico no es el mismo que a los 35, claro, pero donde más noto el envejecimiento es en los ojos, lo cual tratándose de una mujer que lee para vivir y vive para leer, es ciertamente duro. Soy ya incapaz de leer con las gafas que uso para todo lo demás. Normal, la presbicia propia de la edad, pero es una presbicia de 7 dioptrías. Me cuido, porque soy muy consciente del devenir de la vida, de que la juventud no dura eternamente y que algún día sere una anciana. Por eso, procuro estar activa tanto física como intelectualmente, cuidar mi cuerpo y mi mente, aunque sin obsesiones. Espero ser una anciana joven. Por eso, a veces pienso que tal vez debería dejar de leer para conservar mis ojos, pero lo cierto es que se que mientras pueda, no lo haré. Ya no soy capaz de leer por las noches, como hice durante años, y utilizar el ordenador cuando el día ya me ha cansado la visión es una tortura para mis ojos. Busco la luz brillante y bien orientada, y pienso que cuando sea vieja, seguiré leyendo con un atril y una lupa. No concibo mi vida sin los libros.
Hoy la fiebre me acompaña de nuevo, y en este estado no me es posible aprovechar la postración para leer, pero pensando en libros y en el fuego que me abrasa la cabeza, se me ocurrió ver una película que tiene que ver mucho con mi estado mental: "Farenheit 451" de François Truffaut, que suelo ver cada cierto tiempo.
A veces creo que me gusta ver esta película solamente para poder contemplar la bellísima biblioteca clandestina de la escena que adjunto (me ha sido imposible añadir el vídeo), aunque su destino sea tan triste. Tal vez visionar esta pelicula con casi 39 de fiebre hace que se perciba con más intensidad, porque me ha sobrecogido más que nunca. No creo que yo llegase a tal sacrificio por mis libros, pero entiendo perfectamente el amor inmenso que la dueña siente por ellos. Y como dice ella: "Quiero morir como he vivido", así que seguiré leyendo incluso cuando no pueda.