No recuerdo cuándo exactamente empecé, pero creo que desde siempre, lo primero en lo que me fijo cuando llego a una casa desconocida es en los libros, o en la ausencia de ellos. Al principio, cuando no era algo consciente fue una sensación de extrañeza sin definir, semejante a dormir en cama ajena, sentía algo raro, pero que no sabía qué podía ser. ¿Qué hacía que las casas de los demás fueran tan diferentes de la mía? Ver las estanterías repletas de figuritas y fotos de familia en lugar de libros, era como ver una casa sin techo, no sé...Con el tiempo pude comprobar que lo raro era tener la casa llena de libros.
Cada vez más tengo la manía de fijarme dónde están los libros en las casas que visito. Y si los hay, corro a mirar los títulos y ediciones. No puedo evitar que las casas que no los tienen, me parezcan poco interesantes. Los libros, por muy personal que sea la selección, son universales. Y puedes conocer a una persona por su biblioteca.
Supongo que es una cuestión de familia. Siempre he vivido rodeada de ellos, aunque no en grandes cantidades. Los había en la casa de mis abuelos paternos y en la de mis padres, aunque ellos no llegaron a tener tantos como yo. No vengo de una familia adinerada ni especialmente intelectual. sin embargo, los libros siempre han sido una presencia importante en casa de mis padres, y vital en la mía.
Lo reconozco, los libros son una parte importante –importantísima– de mi vida. Y me es difícil imaginar que exista gente a la que les dé igual o, peor, para la cual sean un estorbo, una cosa sin mucho sentido. Supongo que prefiero pensar que es porque no los conocen, y me apena que se pierdan una experiencia tan hermosa como es la de leer, uno de los grandes placeres de la vida. Me siento orgullosa de la admiración que despierta mi biblioteca para los visitantes de mi casa, y secretamente ofendida para los que muestran incomprensión por la acumulación de libros o lo que es peor, indiferencia. Si las visitas a las casas de los demás o de los demás a mi casa implica una visita pormenorizada a los títulos y ediciones para comparar afinidades lectoras, descubrir lo que uno tiene y qué le falta al otro, o recordar sensaciones en lecturas comunes, la cosa puede llegar al éxtasis.
Mi afición a descubrir bibliotecas ajenas se ha visto inesperadamente satisfecha gracias a internet, donde hay abundancia de foros, blogs, y páginas web* dedicadas a los libros y a la lectura, y donde los orgullosos propietarios cuelgan imágenes de sus estanterías para deleite de los que como yo consideramos que una casa con libros es el más bello de los paisajes.