miércoles, 12 de febrero de 2014

LA VIDA SIGUE IGUAL

43 días del nuevo año, y todo sigue. Claro está que iba a ser así, pero cada nuevo año, cada 31 de diciembre, tengo la sensación de que se me ofrece un borrón y cuenta nueva. Absurdo, claro, porque la vida sólo es una y no se estrena como se estrena el calendario. Ingenuidades, ritos, ilusiones, que voy abandonando con la edad, de todos modos. La Nochevieja del 2012 al 2013 no tomé las uvas, me pesaba demasiado la desilusión, y me produjo una gran desazón no hacerlo, como si con esa microrrebeldía estuviera desafiando a la suerte. No sé si fue por eso, el 13 fue un año funesto, así que éste último cambio de año me dispuse a cumplir con las campanadas, pero sin convicción, sin pedir deseos, sin esperanza... Que conste que no soy supersticiosa, y adolezco de un descreimento bastante generalizado, pero estas pequeñas ceremonias me sirven para mantener las ilusiones. O me servían. La realidad se impone y por supuesto a 12 de febrero sigo arrastrando los mismos problemas que antes. Es tiempo de asumir que si la esperanza es lo último que se pierde, yo he llegaro a esa última etapa en algunos aspectos de mi vida. Es importante vivir con la idea de que hay problemas que no tienen solución y que el resto de la vida sólo va a tener días nublados. Es duro asumir que siempre voy a tener que vivir con una herida que sangra, pero es importante aceptarlo para seguir el camino. De momento, el 2014, lejos de solucionar los problemas existentes, ha traído otro más, aunque éste es como se suele decir "ley de vida", y algo con lo que uno cuenta.

Dicen que cuando se ha estado viviendo entre las sombras, la luz te parece más brillante. Acepto mi cuota de dolor si eso me hace apreciar mejor la felicidad. Porque es cierto que las pequeñas alegrías de la vida, que también las hay, las disfruto con una intensidad que llega a ser dolorosa de puro agradecimiento.

Voy aprendiendo, no obstante, tácticas que me ayudan a sobrellevar el duro camino. Aprendo como medio de subsistencia, a no entregarme tanto, a no darme totalmente, a dar solamente en la medida en que recibo de los demás. Cuando das demasiado, corres el peligro de quedarte vacía. Me he vaciado demasiadas veces, y acabo exahusta, y eso es algo que no me puedo permitir. Aún me queda mucho camino por delante, y espero recorrerlo con intensidad, pero con una recia armadura.